El taller de pintura. Relato

Un rayo de sol tardío empapó el ambiente en tono sepia, como de oro viejo que presagia el crepúsculo, al tiempo que extendió su mirada sobre el conjunto de materiales que guardaba en su viejo taller. Acumulaba allí, muchas horas de inspiración, de inquietud, de sensibilidad creativa, que habían ido dando forma a tantos retratos, paisajes y rincones, todos recogidos en el instante, que el ejercicio y la técnica de los pinceles habían sido capaces de ir dando aliento suspendido y arrebatado al discurrir de las horas. Allí se agolpaban sobre la mesa y los estantes, tantas y tantas herramientas que otrora había utilizado con detalle en cada uno de aquellos trabajos. Eran los elementos que habían servido para hacer real la imagen que había quedado grabada, alguna vez, en la memoria o aquella que pudo surgir del rincón imaginario, pero que llegado el momento se había ido haciendo color.

Un poco cansado ya, reparó en aquel lienzo que le había llevado mucho tiempo preparar. Con paciencia y cuidado hace ya mucho tiempo había ensamblado la estructura de madera, proponiendo unas dimensiones precisas para la pintura que acogería. Había unido todas las piezas y hecho que encajaran sin fisuras, para dar un soporte estable a un lienzo blanco, bien sujeto por sus ángulos, con el fin de que consiguiera la extensión necesaria, que eliminara cualquier arruga y permitiera la tensión adecuada para poder desarrollar el trabajo pensado.

Después llegó el momento de aplicar a la tela los aceites y las texturas adecuadas para conseguir convertirla en tierra que pudiera hacer fértil el discurrir de los pinceles y las pinturas elegidas.

Aquel trabajo minucioso y callado apuntaba ya a la obra pensada y elegida, preparaba el momento en que podría empezar a mezclar los óleos, para conseguir un efecto determinado, para que la pintura soñada pudiera tomar forma, tal y como la había imaginado, tal y como la había conversado en tantos encuentros que insospechadamente se habían convertido en el bosquejo necesario para lo definitivo. Una y otra vez aplicó las colas y los unguentos, dejando los tiempos de secado, aplicando las medidas justas, para que aquella tela enjugara los trazos de color y fuera cama fecunda del momento creativo.

Todo estaba preparado para comenzar a pintar, durante un tiempo sufrió una excitación  desmedida ante la inmiencia de aquel instante tan deseado. Llegó el día en que se había atrevido a realizar las primeras mezclas de color en la paleta y comenzó a dar los primeros trazos de situación en aquel lienzo vacío, pero al tiempo colmado de imágenes preconcebidas, era tan extraordinario. Pero ocurrió que, poco a poco, pudo sentir con decepción, como según hacía cuerpo aquella idea, paulatinamente se iba desvaneciendo a un tiempo, sin remedio, hasta perderse en el olvido.

Ahora miraba el lienzo que aguardaba en aquel taller, tenía miedo que ya no sirviera para nada, pensando que había sido concienzudamente hecho para desarrollar aquella idea tan genuina, haciendo posible su realidad palpable. Sintió, acogido por la luz dorada, que debería seguir experimentando el trazo, que debería atreverse a manchar aquella tela intacta, corriendo riesgos, ya tendría tiempo de ir corrigiendo y es posible que de esta manera recuperara el pulso de su inspiración, la magia del secreto que tan sólo a él le pertenecia.

 
 Jesús Aguilar   
 
 
 
 
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Una respuesta a El taller de pintura. Relato

  1. Jesús dijo:

    Se ve muy bien todo este taller.

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